Maynor Freyre - Textos Libros
Par de Sátrapas - [ Libro - Parte 2 ]

Par de sátrapas   [ Lectura completa ]


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XI

Aquella noche, inocentemente, sin saber lo que iba a pasar por la madrugada, nos reunimos debajo del molle donde el recordado historiador Juan José Vega (el q ue nos hizo conocer la verdad de la guerra de resistencia de los incas y admir ar a José Gabriel Condorcanqui a todos los peruanos, el que redescubrió para la patria el verdadero rostro de Túpac Amaru II) solía dictar clases. Al menos eso nos contaba el profesor Hugo Muñoz, un huantino buena gente que no les temía a los milicos que habían tomado por esos días La Cantuta , y nos con taba esa noche que nada menos que al gran mimo Manongo P aredes lo había hospedado en su casa de Huanta, pues él era huantino, cuando se fue de Ayacucho para su tierra a actuar en el cine Untiveros, junto con otro profesor de la Universidad San Cristóbal. Nos contaba montones de anécdotas antes de irnos a dormir, éramos un grupo compacto que lo escuchábamos con atención, porque el profesor Muñoz sacaba cara para que los soldaditos no abusaran de nosotros, y hasta en una asamblea realizada en el paraninfo de la universidad, claustro pleno que le dicen, había enca rado a un oficial infiltrado y lo había hecho botar del recinto. Esa noche cortamos la conversa en lo mejor de la historia y nos fuimos cada uno para su jato; al profe Hugo lo dejamos en su casa ubica da en la zona de las residencias de profesores, y nosotros nos fuimos, los hombre s a su pabellón de estudiantes y las mujeres al nuestro. No acabábamos de agarrar el sueño cuando sentimos el roncar de l os motores de los dos camiones portatropas, la fre nada en seco y el desembarque de los soldados que irrumpieron en nuestras alcoba s, como también lo habían hecho en la casa del profe Hugo. Por supuesto que llegaron vestidos de rangeres y cubiertos con pasamontañas. Nos hic ieron salir a los once ya escogidos previamente y a los curiosos que trataban de aguaitar desde sus dormitorios les ordenaron a gritos tirarse al suelo y permanecer en sus habitaciones, carajo, si no querían que les volaran las cabezas. Disparos al aire hechos con pistolas provistas de silenciadores destrozaban el cielo raso de los techos. Nos subieron al camión echándonos en el piso con las manos atrás, para luego enmarrocarnos y encapucharnos. Fue en eso, ya por el puente caracol que llevaba a La Cantuta , que se abrió intempestivamente la puerta del camión y caí rod ando hasta el lecho del río. Aún no me habían esposado ni colocado la capucha, por lo que pude irme chapaleando a contracorriente del Rímac, rumbo al asentamiento humano Nueva Chosica, en donde unos compañeros me acogieron, cambiaron de ropa y me llevaron enseguida hacia la cumbre de los cerros aledaños, hacia lugares secretos que servían de escondrijos a los combatientes, aunque sabían que ni yo ni el resto de arrestados militaban en su grupo insurgente. El profe Hugo había tenido su mujer militante que se peleó con el partido yéndose a tomar asilo a un lejano país, junto con sus hijas. Unos días después me enteré de cómo los habían asesinado a mansalva, luego de torturarlos, a todos aquellos que fueron detenidos conmigo. Y ahora a mí me interrogaban los terrucos subversivos, dudando de mi casual caída y de por qué no se detuvieron los milicos a recogerme, que yo era candela pues me estarían buscando por cielo y tierra, que esos helicópteros que revoloteaban día noche seguro estarían tras mis pasos. Creí que había pasado de Guatemala a Guatepeor, pero un compañero de a ula puso las manos al fuego por mí y permitió que me sacarán de Chosica, hasta llegar a la selva, trasladándome en un peque peque hasta Brasil disfrazada de ashaninka. Por eso puedo contar esta experiencia.

XII

Tiritaba hasta los tuétanos. Padecía un frío sobrecogedor. Raro: la noche aparecía alumbrada por un pálido sol. No era un crepúsculo. Sentía cómo rascaban esas uñas de l os miles de muertos la tierra desierta, reseca, cuarteada. El ruido era más bien sordo, interno. Recordó su niñez, evitando jugar a los ñocos con las bolitas porque le erizaba el sentir la manera como su padre rascaba la tierra con sus gruesas uñas de campesino asiático para cavar esos pequeños huequitos donde deberían luego emboc ar las bolas. Rascgg, raascgg ggg… Le retumbaban en el cerebro esas isocronías subterráneas que parecían crecer a cada instante. Y recordaba cómo le gustaba firmar con pluma fuente de oro marca Parker las sentencias que le alcanzaban y que sabía se hubieran realizado a un sin sus órdenes, pero él quería aparecer como el mandamás: el gusto del poder lo hacía relamerse, él, de quien se burlaban sus compañeros barrioaltinos por ser de ojos rasgados y de piel amarillenta. ¡Por qué se le antojaría a su padre venir a procrearlo en este país de racis tas por los cuatro costados! Bien hecho aquel dicho de “vales un Perú sin habitantes”. Ahora él era el mandamás. Pero de nada le valía haberles dado muerte a todos (¡eran millones de uñas las que ahora arañaban desde dentro de la tierra!). En realidad ni siquiera tocaban sus desnudos pies. Sólo le transmitían una sensación eléctrica que le remecía el cuerpo afiebrado cual convulsiones producidas por un aparato de electroshock de baja potenci a. Bien hecho, por haberlo tratado de ponjita por arriba y por abajo, por haberle levantado el trasero a cada rato en el recreo desapareciendo cual fantasmas, por agarrarlo de punto. Ahora él se había más que acriollado, se había achorado y les metía la yuca hasta el fondo. Con autogolpe militar y todo. ¿Quién lo había hecho antes? ¿El mariscal Óscar R. Benavides, acaso? ¿El Cholo Manuel A. Odría, tal vez? Su antecesor no había sido sino un niño de pechos comparado con él, el Ingeniero que hasta a su mujer tandeaba ahora, no como antes que le tenía un miedo terrorífico. Todo gracias al Doc, que para qué, le había enseñado más mañas que el propio Diablo. Pero las continuas pesadillas lo tenían aterrorizado. No cesaban en ningún instante, ya hasta despierto las soñaba. Y en venganza se hacía cada vez más duro. Era vengativo por naturaleza.

XIII

El Doc empezó a padecer de insomnio. Los fantasmas de sus crímenes y fechorías lo perseguían sin tregua. Por eso primero se dedicó al desenfreno sexual, se hacía traer las mujeres más bellas cada fin de semana y se metía todo tipo de afrodisíacos para rendir una decorosa faena en el lecho. Pero ensegu ida descubrió que podía hacer eso que llaman cama redonda y se decidió a compartir con el coronel de su mayor confianza, Aspaza, es tas aventurillas de fin de semana, hasta que llegó el momento de estrena r su búnker playero con piscina y todo tipo de lujos y entonces les entre gaba las hembritas a sus guardaespaldas y él descubrió el voyerismo convirtiéndose en todo un observador furtivo. Luego le ordenó a Aspaza que filmara también a escondidas los desenfrenos de sus escoltas y supo que el mejor afrodisíaco resultaba ser el fílmico: ordenaba que las hundie ran bajo el agua hasta casi ahogarse antes de que llegarán al orgasmo, gozaba con esa toma. Avanzó más cuando se hizo filmar las violaciones contra las terrucas en las mazmorra s del Servicio de Inteligencia Nacional que él manejaba tras bambalinas ha sta llegar a su exterminación. También se regodeaba con las ejecuciones, con la del jirón Huanta en los Barrios Altos de Lima, especialmente con el asesinato de un niño de ocho años entre los quince que murieron esa horrible noche de la inocente pollada. Veía impertérrito la manera cómo sacaban a los detenidos en el pen al Castro Castro para que sus carceleros caminaran sobre sus cuerpos desnudos, hasta que estos se rebelaron y entonces le hizo firma r la orden de genocidio al Ingeniero para hacer asesinar a más de cuarenta presos por terrorismo. Definitivamente no dormía. Pasaba las noches de los días de semana urdiendo las triquiñuelas para enriquecers e y envileciendo a políticos y dueños de medios de difusión masiva con los fondos que supuestamente debían servir para modernizar las Fuerzas Armadas. Los fines de semana, disfrutaba de su hobby de voyerista de sexo y de sangre.

XIV

Al Ingeniero ya no le daba el mínimo temor el tic de su mujer. El Doc lo había adiestrado para enfrentársele sin ningún miedo. Así que cuando ella le fue a recriminar el porqué sus familia res habían estado traficando con la ropa usada enviada por familias japo nesas para aliviar el terrible abandono en que habían quedado las víctimas del fenómeno de El Niño en el Perú, la mandó rodar y le echó llave al dormitorio presidencial de Pal acio de Gobierno. Mas como se olvidó de ordenar que le cortaran la línea telefónica, ella se valió de ciertas argucias pa ra dar a conocer este hecho a los principales periodistas detractores del régimen y nuevamente los medios informativos hicieron leña de su marido. Como no había dormido esa noche en el lecho nupcial, el Ingeniero retornó al día siguiente; convertido en una fiera, de madrugada entró co mo una tromba a su cuarto y la madrugó con un derechazo justo en el ojo del tic, poniéndolo en compota y dejándola grogui. Así, me dio anestesiada por el golpe, hizo que se la llevaran a las mazmorras del SIN d onde torturaban a los terrucos para aplicarle a ella , su propia mujer, algo de esa receta, lo suficiente como para romperle los nerv ios y empujarla a la insania mental, de manera que cuando la soltaran la gente creyera que en ese estado había lanzado infundi os contra su familia. Esa mujer está loca, se dijo, pensaría la gente. Claro que todo esto en complicidad con el Doc, que era como la parte negra de su conciencia.

XV

Y fue esa parte neg ra de su conciencia la que lo aconsejo para reunirse con los gorditos ventudritos que lo observaban tragándose la ri sa cuando ingresara al Círculo Militar para ponerse al servicio de la verdadera detentadora del poder en el país en toda su independencia. No en vano sus caudillos lo gobernaron casi por completo desde que el general José de San Martín la proclamara y el único civil que logró llegar al sillón de Pizarro –que así se denomina en mi país al “trono” presidencial— cometió la estupidez de dejar como su sucesor a otro general, el que huiría a espetaperros pero con la faltriquera repleta de dinero cuan do el conflicto del Pacífico, no sin meses antes hacerlo asesinar por un sargento en plena puerta del Congreso de la República. Los pelados que intentaban esconder su clara identificación tras lentes oscuros, eran parte de esa clase castrense que había realizado a lo largo del siglo XX ya ocho golpes de Estado y que se iría para el noveno, pero esta vez escondidos tras bambalinas, con apenas una sacadita de tanques para rodear Palacio de Gobierno, hacerse recibir por los poderosos propietarios de los principales medios de prensa (¡ay de los que se negasen a recibirlos!) y empezar a “cambiar el país”. Pero no con las locuras del Chino Velasco que tomó en sus manos las bande ras de la izquierda para ejecutarlas él en una ensalada de no comunismo y no capitalismo, que era lo mismo que decir ni chicha ni limonada, y así se lo hicieron saber al Ingeniero, un ponjita ambi cioso capaz de cualquier atrevimiento por hacerse del poder. Y para eso tenían al Doc, hombre del velascato y de la CIA, de los narcos y de grandes contactos en el Poder J udicial; además de insensible, sin escrúpulos para nada y capaz de trabajar 18 horas al día para colmar sus más caras aspiracion es: cree que podrá manejar a los generales de división. Claro que ellos eran todavía generales de brigada, pero en dos años les tocaba llegar a la cúpula militar y ése sería el punto de partida para empezar a aplicar su Plan Verde, el cual conduciría al Perú –los militares peruanos siempre estaban seguros de sacrificarse por la patria, como la mayoría de sus colegas latinoamericanos— a la neomodernidad con una inversión de 100 mil millones de dólares apenas. Renato Hermo so era el elegido, el de las grandes ideas, y él se perpetuaría en l a presidencia del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas para vigilar con ojo de águila todos los mínimos movimientos del Ingeniero y el Doc. El Ingeniero, llevado por el Doc a esta reunión, antes de salir elegido, se avino contento a la propu esta y se comprometió a voltear sus promesas que enfrentaban a las abiertamente neoliberales del Escribidor, su contendiente en la justa presidencial, para aplicar un paquetazo de la madona y despedir a diestra y siniestra a quienes se le opusieran, incluyendo a los mismos parlamentarios, a los mal llamados Padres de la Patria.

XVI

Iban llegando de un o en uno. La cita cumbre era sólo para los elegidos, los altos mandos. Habían venido de todo el Perú, pero la mayoría lo habían hecho de los departamentos más pobres del sur andino peruano y otros de la selva amazónica donde operaban. Al fin verían cara a cara al Gran Jefe, a quienes pocos conocían. Cu ando yo llegué estaban bebiendo vino Fond de Cave, fumando cigarrillos Malboro y danzando “Zorba El Griego”, esa música de la película del mismo nombre que n narraba nada menos que la vida de un iluso perdedor. Yo, como buen andino, esperaba escuchar huainos, por lo men os la guitarra de Raúl García Zárate y tomar chicha, pero esto era algo extraño. El Gran Jefe ya llevaba una buena curda y cua ndo te acercabas a saludarlo te ponía la mano para que besaras su anillo adornado con el rostro de Mao (yo esperaba a Mariátegui). Cuando se hizo silencio ante una leve señal suya, habló de la quinta espada, de la revolución mundial que él iba a encabezar (apenas si habíamos podido con la policía y ahora los militares nos tenían en jaque, todo lo que hacíamos era aterrorizar a la gente con actos vandálicos, lo que distaba mucho de poder formar el Ejército Popular prometido para la Gran Marcha de los Andes a la ciudad capital) y de lo cerca que estábamos del triunfo (¿?). Indudablemente este hombre no estaba en sus casillas. Como yo era el encarg ado de filmar la asamblea del comité central, que no fue sino escuchar un discurso no muy bien hilvanado plagado de amenazas y de promesas utópicas, opté –cuando los noté recontra borrachos--, por decirle al compañero que se encargaba conmigo de la prensa que lo mejor era irnos. Salimos disimuladamente y de inmediato dejé al compañero aduciendo que me iría a editar el video filmado. En efecto, así lo hice, pero saqué una copia y la envié a un canal de televisión, para que el pueblo se enterara de la verdad de las cosas y no prosiguiera entregando su vida por una causa perdida. A cambio pedí unos pasajes para un país de Europa y nuevos papeles de identificación, y que además dieran la noticia de que me habían aniquilado al darme la voz de alto, encontrando entre mi maletín un arma de fuego y el video, que ya me estaban siguiendo los pasos. Así fue. Por eso le he enviado este testimonio anónimo, señor periodista.

XVII

Kei se marchaba para los Estados Unidos. El Doc había hecho lo indecible para que así sea. Ya no tendría que ir a juntarse con cholos y zambos en la Universidad de Ingeniería, donde siempre la iban a tratar con a una “jaladita”, una joven de ojos rasgados. Sus hermanos menores se sentían recontrafelices. Su padre, ya presidente en ejercicio, aseguraba que ése era el camino verdadero d el triunfo, de formar a una heredera –decía— capaz de seguir sus pasos. ¿Acaso en el Perú no se habían repetido los apellidos en la ocupación de Palacio de Gobierno? Recordaba a los Pa rdo, Manuel y José; a los Prado, Mariano Ignacio y Manuel; a los Morales Bermúdez. Y en el Japón, mis queridos hijos –aleccionab a a sus muchachos—, tierra de sus abuelos y nuestra, no hay que olvidarlo, las dinastías se sucedían eternamente. No en vano el general José de San Martín alguna vez soñó con una dinastía para gobernar el Perú al que declarara su independen cia. Los abuelos miraban para otro lado y a la Ingeniera el ojo izquierdo casi se le salta ba de la órbita. Pero ella prefería callar ahora, recordaba cómo le habían contado que a los japoneses o sus descendientes se los llevaban a la fuerza a campos de concentración  estadounidenses luego del ataque a Pearl Harbour y có mo en Huaral habían destruido, ella lo sabía por testigos oculares, el Colegio Japonés, y los saqueos contra los nego cios nipones en Lima y el caso de Mamoru que mató a siete de sus familiares para que no sufrieran las represalias ordenadas por los norteamericanos de parte de los aliados contra los hijos del Sol Naciente. Como él la conocía tanto, pareció leer sus pensamientos y lanzó una ocurrencia: hasta a lo mejor termina matrimoniándose con un gringo y así mejoramos la raza. Cosa que les supo a chicharrón de sebo a todos los familiares, menos a su hermano y a lo s chicos que se morían desde ya por seguir los pasos de su hermana. Y él, cazurro, añadió: Y ustedes, muchachos, ya tienen el sendero abierto; me refiero al sendero del bien, no al de los malignos.

Pero ella sabía, no por mera intuición femenina, sino porque curioseando entre los papel es para saber qué pretendía este hombre, su marido, el que ahora se había ido a vivir a sus aposentos del SIN, adonde a ella la torturar an como a vil terruca por orden del Doc, ese hombre enigmático que siempre le cayó tan mal, sabía que los militares tenían preparado un llamado Plan Verde con la pretensión de quedarse en el poder durante 35 años, los mismos que el dictador generalísimo Francisco Franco B ahamonde permaneciera en el poder en la falangista España, y hasta estaban preparando a un miembro del Opus Dei para convertirlo en  su futuro Cardenal y así seguir los pasos de su paradigma español, y después dejarían un reinado, un pelele para manipularlo a su antojo. Nada de esas cojudeces de los hijos del Sol Naciente, aunque desde que se asilara por unas horas en el local de la Embajada del Japón en Lima ante el abortado golpe del general Dulcinea, les había vendi do la idea de convertir el territorio peruano en la despensa del pequeñ o y superhabitado país asiático, de ahí esas experimentaciones en un fundo de Huaral para pr oducir nabos y zanahorias de medio metro de largo, todo tipo de verduras y hortali zas agigantadas. No en vano el Ingeniero había ocupado el rectorado de la Universidad Nacional Agraria de La Molina y se había empapado de esas cosas. El viejo sueño expansionis ta japonés se haría entonces realidad sin disparar un tiro, sino gracias a la cuestión étnica, de ahí también que los gringos no vieran con buen ojo la presencia de su marido en la Presidencia de la República peruana, pese a ser el verdadero aplicador de l as recetas de Freeman, del sistema neoliberal in extremis. Los gringos siempre andaban con ojo avizor frente a los nipones. Transitaba sobre estas meditaciones, cuando sonó el g ong que la salvaba de seguir escuchando, aunque de refilón, los hipócritas jejés del falsario, mientras su asesor e staba ya presente, cómo no: la tercera llamada para ascender al avión rumbo a Nueva York llegó hasta el aparta do presidencial. Besó a su hija, pero no con la ternura de antes: sus t res jóvenes críos se sentían subyugados por los embustes d el padre y creían a pie juntillas todo lo que él les decí a, y a ella la trataban con la compasión que se brinda a una enferma. Cla ro, si al dejarla en libertad luego de torturarla en las mazmorras del SIN salió toda pepeada, llena de barbitúricos y sedantes que más parecía una idiota y la llevaron para tenerla encerrada h asta que se le pasara el cardenal del ojo golpeado por el puño cobarde del señor Presidente de la República.

Ojo avizor 1

Puerto Fiel. Extraño nombre de la playa d onde he venido a varar. Se trata de una casa que venden y que me han encargado p ara recibir a los interesados en adquirirla. Hace ocho años que trato de terminar este texto (¿novela, crónica, reportaje, testimonio? Escogerá el lector). Desde la ventana de la pequeña casa de p laya, 121 Km. al sur de Lima, situada en una seca quebrada que da al mar, invisible desde la carretera Panamericana, paso los días solitario, acompañado p or uno que otro sorbo de chilcano de pisco o de al guna cerveza helada, mientras fumo un cigarrillo de vez en cuando. Mientras no escribo, leo o la pasó mirando a través de la ventana desfila r a los albañiles, jardineros, sirvientas, heladeros, canillitas, vended oras de pan, tamales y paltas a domicilio y a pedido: todos cholos, de piel cobr iza, algunos ataviados con sus ropas o uniformes de faena, otros vestidos con huachafos shorts pretendiendo mimetizarse con sus amos blancos, así su pinta los delate, y hasta portan, algunos, seguramente los maestros de obras, teléfonos celula res para dárselas de bacanes.

Entonces me viene a la memoria mis tiempos de activista revolucionario, allá por los años ‘60 / ̵ 6;70 (estamos en enero del 2008), cuando trataba de forjar un mundo distinto para mis compatriotas, arriesgando mi futuro profesional, mi seguridad en el emp leo y la estabilidad de mi familia. Yo fui una especie de intonso capaz de romp er con todo: me despidieron intempestivamente de la revista Oiga por no aceptar el encargo de redactar publirreportajes del gobierno, adonde llegué a trabajar luego de un frustrado postgrado en periodismo en Madrid –de donde me expulsaron por participar en un mitin contra los “25 años de paz de Franco” en la plaza Quevedo--; luego lo hicieron de la revista Caretas por tratar de denunciar un intento de soborno de la Perú Thourten Coope r Corporation, empresa a la que se dispensaba una serie de gollerías en el Perú; enseguida me destituyeron de la Universidad N acional San Cristóbal de Huamanga por descubrir y denunciar públicame nte malos manejos económicos dentro de la institución –aquí incluso se me abrió un juicio por “uso inde bido de armas, difamación y calumnia” que aún espera sentenc ia, además de acusarme de comunista agitador a sueldo, yo que nunca milité en ningún partido por respeto a mi condición de periodista --; por último, siendo Jefe de Comunicaciones, encargado, además, de la Jefatura de Relaciones Públicas de la Empresa Siderúrgica del Perú ubicada en la ciudad de Chimbote, a 600 Km. de Lima, y además Vicepresidente de la Comunidad Indus trial , se me despidió por oponerme a la irrupción del Movimiento Lab oral Revolucionario –fuerza de choque creada por el Gobierno Militar del general Juan Velasco Alvarado con el apoyo de arrepentidos tránsfugas izquierdistas— con la intención de destruir las organizaciones sindicales: una kafkiana madrugada penetró la Policía Secreta en mi hogar para detenerme, me introdujo en sus mazmorras de tortura (mi primera visión fue la de  una alta  polea que colgaba de un arco de acero para colgar con las manos en las espaldas a los detenidas), luego me trasladaron al “Sheraton” de la Prefectura de L ima (un cuartucho de 12 m2. en el que había que orinar en un balde y dormir de a dos personas en un colchón de escasa paja), y ante un recurso de hábeas corpus p resentado por unos abogados amigos simularon mi liberación para llevarme a la Estación de la Policía de Investigaciones de Magdalena –donde permanecí durante tres días sin que me dieran alimento ni agua— y después decidieron abrirme un juicio por “traición a la patria, sabota je y saqueo”, por lo que fui a parar con mi humanidad al pabellón 3 -2 del penal de Lurigancho, lugar en que permanecí por tres meses, y de donde salí gracias a la campaña abierta por las organizaciones periodísticas y por algunos colegas de prensa a través de varios medios informativos. No obstante, al salir de prisión bajo libertad provisional, durante cua tro años, hasta 1977, hube de presentarme a firmar regularmente a la II Zona Judicial de Policía, primero semanalmente y luego cada mes, hasta antes de la Gran Huelga de l 19 de julio de 1976 y la del año siguiente, cuando participaron todas las centrales de trabajadores, federaciones nacionales independientes y frentes de defensa del pueblo (de izquierda extrema, de izquierda colaboracionista, aprista, democratacristiana, ex gobiernistas y hasta trotskistas), las que como uno de los puntos habían solicitado la reposición de los 48 despedidos de Siderperú por DL. 20043. E n 1977 el Gobierno Militar emitió un Decreto de Amnistía donde nos d eclaraba inocentes de un pretendido sabotaje, el que fuera urdido por el presidente del directorio y jefe del flamante Servicio de Inteligencia Nacional unificador de los tres de las Fuerzas Armadas y el de la Policía en general: contralmirante AP Jorge Luna García, el mismo que en Paramonga también fraguó un incendio que llevó a la cárce l a una veintena de obreros (nosotros éramos 11 detenidos de los 48 injustamente despedidos).  Tuv ieron que transcurrir 16 años para ser reintegrados a la siderúrgic a de Chimbote, pero en puestos de trabajo menores y sin reconocer los beneficios que la ley nos otorgaba, y que son irrenunciables.

Zaping 1

Aquella vez de la redada eran como las cinco de la madrugada y el ingeniero vecino a su casa que salía en ese momento r umbo al trabajo desde la urbanización La Caleta, zona residencial para los funcionar ios de la siderúrgica, al ver como se lo llevaban hombres armados y lo hacían subir a una camioneta policial, se quedó petrificado a mitad de uno de los escalones que daban a la puerta de su casa. Era un ingeniero huanca buena gente, y de esta manera fingió no conocer nada menos que a su propio vecino. Lo había ido a buscar personalmente el jefe local de la Policía de Investigaciones (PIP) de Chimbote, comandante Manfredo Valderrama, al que conocía por su labor de jefe de Relaciones Públicas de Siderperú. Lo trató con amabilidad y ha sta le permitió darse un duchazo antes de llevárselo preso, pero eso sí, no aceptó la taza de café que le ofrecieron, el vi ejo policía temía ser drogado. Lo que más le dolía es que sus dos pequeños hijos, de apenas 4 y 3 años de edad, se quedaran desamparados con su joven mamá.

Al llegar a la Estación PIP pensó que lo iban a confinar en una oficina, en un cuarto seguro, y no en una hedionda c elda donde existía una parafernalia de aparatos de tortura. El día empezó a clarear y encontró unas páginas de un periódico de páginas amarillentas que se puso a hojear para distraerse, pero cada vez que escuchaba pasos se sentía izado manos atrás para que confesara: ¿qué? Ellos habían asesinado al trabajador Cristóbal Espinola Minchola, mi amigo, pas secretario general del Sindicato de Trabajadores de la Planta Siderúrgica de Chimbote y secretario de prensa de la Central   General de Trabajadores del Perú (CGTP), la cual solo decretó un ¡paro de 10 minutos por su muerte! Y habían asesinado a un joven estudiante escolar apellidado Miranda que participaba en un mitin convocado por la Federación Sindical Departamental de Ancash (FESIDETA), tal vez por ser hijo de un siderúrgico. Los asesinaron mientras lanzaban a su gente lumpen a saquear l as tiendas del Mercado Central de la calle Gálvez, a Espinola luego de perseguirlo en una camioneta de la Guardia Republica na encargada de custodiar la planta siderúrgica y en momentos en que se trataba de esconder en una tienda, a cuya dueña que estaba cerrando su puerta plegadiza la hirieron en un seno. El asesino fue el teniente Coquis, según consta por fotografías to madas por un aficionado justo en el momento que soltaba una ráfaga de metralleta. El entierro del joven Miranda fue apoteósico, miles de m iles de personas colmaban las calles por donde marchaba el cortejo fúnebre rumbo al cementerio, situado a las afueras de la ciudad. Ingenuamente una c omisión encargada por la Asamblea Permane nte nos envió a conversar con el Ministro del Interior, general Pedro Ritcher Prada, quien de l a manera más cínica pretendió culpar a los trabajadores del asesinato y cuando se le preguntó por el calibre de las balas, dijo que eran de 22 milímetros, cuando los médicos del hospital informaron a los dirigentes que los proyectiles eran de 9 milímetros , los que corresponden a una metral leta USE, de uso corriente entre los republicanos. Ante tanto cinismo yo esperab a lo peor, pues estaban buscando un culpable a no dudarlo. Por eso al escuchar q ue los pasos se acercaron a la reja de la celda mi aparato digestivo me traici onó y corrí al sucio y pestilente agujero que servía de retrete c on mi amarillento periódico para reemplazar al papel higiénico. Era mi amigo Carlos Paz, secretario general del Sindicato de Empleados Siderúrgicos, quien con su pasmosa serenidad me gritó: ¡ey!, jala la pita que soy yo. Luego me contó cómo trató de escaparse por la parte de atrás de su ca sa valiéndose de una escalera de mano pero los tiras ya lo esperaban al otro lado y hasta le dieron la mano para ayudarlo a bajar de la pared. Con él cerramos el paso de la carretera Panamericana a Trujillo e impedi mos el ingreso –junto con un piquete de huelga-- al Gerente General cuando éste quiso ingresar a la planta. Fueron arribando más detenid os, unos llegaban a mi celda y otros a una contigua. No nos dieron de almorzar ni menos de desayunar, pues negaban nuestra detención a los familiares. Ya por la noche nos acomodaron a cada uno en un carro y pararon a comer y nos pidieron plata para comprarnos unos chancayes c on plátanos. Ellos se iban turnando y no les habían dado para nuestro yantar. Cuando quedé solo con uno de los vigilantes, éste me dijo casi en secreto que le diera la dirección de mi suegro por encargo de Manfredo, pues el padre de mi mujer era retirado del Ejército con el grado de coronel. Gracias a ello éste pudo ir a recoger a su hija y a sus nietos y hasta logró que le pagaran algunos soles. Supe que habló con el Primer Ministro abog ando por mí, pues el general Montagne era su compañero de promoción, pero le respondió que mi caso era muy grave, de “traición a la patria”. Los diarios parametrados habían titulado una pérdid a de 500 millones de dólares debido a un aniego en la Planta de Productos Planos de Siderperú causado por un sabotaje de los huelguistas. ¡Pensar que yo había abierto esos contactos con los medios informativos como jefe de Relaciones Públicas! Gracias a la intervención de la Comunidad Indus trial , la producción de acero líquido subió de 70 mil a 300 m il toneladas, claro que previa purga de los ingenieros mafiosos que antes la manejaban a su libre albedrío. Pero ése es otro cantar.

XVII I

Con una cara de per ro asustado apareció ante las pantallas de televisión para anunc iar nada menos que la clausura del Congreso de la República. Daba la apariencia de estar hablando con una pistola apuntándole sobre la espalda. Primero les obedeció en eso de dar el paquetazo que antes negara, durante toda su campaña y en el mismo debate con el Escribidor, en todo s los idiomas, aunque ninguno hablara bien. Claro que los bancos norteamericanos al saber que les iban a volver a pagar sus leoninos y usureros préstamo s empezaron a clasificar al Perú como el país que más rápido salía de la trampa del subdesarrollo, hasta que se dieron cuenta de que su Presidente estaba pateando para el lado de los japoneses y trataron de ayudar el golpe de Dulcinea, pero el Doc poseía aún influencia en la CIA , para la cual había laborado, y logró abortar la asonada. Ahí fue cuando el niséi se fue a asilar a la Embajada Japones a. Ahora, años después tomada por nosotros, los del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), que los tenemos a todos encañonados como a conejos lejos de sus guaridas, incluyendo a la misma madre del Ingeniero Presidente. Pero yo, Cartolín, que urdí todo esto al milímetro trayéndome a estos jóvenes charapas entrenad os en la selva para que me ayuden a dar el golpe más redondo y certero que ningún grupo guerrillero haya podido dar en el mundo, y sin derramar una sola gota de sangre, como no la pienso derramar pase lo que pase, porque si bien es cierto que la guerra contra la dictadura ya la tenemos perdida hace rato, lo que quiero es despertar la solidaridad del mundo hacia un movimien to insurgente que es incapaz de cortar siquiera una uña a sus retenidos , e iremos soltándolos de a pocos y hasta misa les traeremos, para que v ean que no somos ateos como se nos tilda: ¡Compañeros!, aquí no habrá cabida para el abuso ni para el maltrato, trataremos de reeduc ar a nuestros a nuestros retenidos, conversen con ellos, hay gente que aunque esté equivocada, sabe; debemos tratar de aprender de ellos lo bueno y de extirparles lo malo. No importa el tiempo que pasemos aquí dentro, lo importante es que el mundo se enteré de nuestro acto de protesta, con esto no vamos a ganar la guerra ni mucho menos, vamos a tratar de ganar la voluntad de todos los pueblos del mundo, así al final muramos; pero habremos abierto una fisura en su conciencia que los hará meditar y sentir que este mundo en que vivimos es injusto, que ustedes han dejado la tranquilidad de su selva amazónica porque están siendo invadidos y despose ídos de lo que les perteneció por siglos, igual que nuestros hermanos del Ande, igual que nuestros compañeros de los pueblos marginales de la costa. Por eso, porque todos tenemos o hemos tenido una madre, no usaremos a la del sátrapa que la tenemos entre manos, sino que la liberaremos de inmediato, para que ese frío hombre reconozca que aquí tenemos corazón, y que –como decía el Che Guevara— sólo cambiando el corazón del hombre, del ser humano, cambiar emos el mundo. En el año 1932, el llamado Búfalo Barreto, harto de la explotación terrateniente en su tierra, La Libertad , y en lo que después se dio en llamar el Sólido Norte, se levantó y tomó el cuartel O’Donovan con unos cuantos aguerridos insurgentes, pero todo matemáticamente organizado ; en la acción perecieron muy pocos, pero en los actos de represalia fuer on asesinadas cerca de seis mil personas: les rompían a los arranchones las camisas y si su hombro derecho mostraba un cardenal los acusaban de haber disparado los famosos fusiles Mauser original p eruano, modelo 1913, con los que se pensaba recuperar Arica, Tarapacá y Tacna después de cincuenta años de haber permanecido en poder de los chilenos. En seguida los llevaban hasta nuestras sagradas paredes del templ o de Chan Chan y allí los ultimaban sin juicio alguno. Hoy se está haciendo lo mismo un poco más de 50 años después, y sólo Tacna volvió a formar parte del territorio peruano porque su gente resistió medio siglo, y porque el diplomático peruano Manuel de Freyre y Santander, Ministro plenipotenciario, así lo logró, luego de evidenciar que en Tarapacá los chilenos habían empleado el viejo sistema de los mitimaes con los pueblos que conquistaban. Luego vinieron los ocho marineros fusilados ante un frustrado golpe de Estado aprista contra el boicot oligárquico realizado para traer abajo el gobierno del Frente Popular que llevara a la Presidencia de la República al Dr. José Luís Bustamante y Rivero, al que finalmente derro cara su ministro de  Gobierno, el tarmeño Manuel Odría Amoretti: se enquistó en Palacio de Gobierno d urante ocho años reprimiendo a apristas y comunistas para gobernar del brazo con la oligarquía y los latifundistas, efectuando obras faraónicas que lo hicieron rico por demás.

Cartolín dio orden de que liberaran a la madre del sátrapa gobernante, a las personas enfermas de a verdad o de susto. No ordenó que dispararan contra el hermano del alcalde que escapó cazúrramente  por la ventanilla de un baño, gracias a su delgadez. Nunca tu vo un improperio para con sus retenidos y hasta dejó que colocaran un crucifijo para que pudieran rezar los temerosos por sus vidas. Dejó que el trato entre los guerrilleros y los retenidos fuera fluido, sin reticenci as, aunque siempre vigilado por sus lugartenientes para que no les vayan a camb iar la mentalidad, que tanto les había costado inculcar, aunque ya era g ente dispuesta a cualquier cosa con tal de salir de la miseria y el abuso que los rodeaba, del olvido en que habitaban.

Recordaba los coloq uios de Víctor Raúl Haya de la Torre y cómo este viejo líder aprista podía inculcar en sus acólitos las ideas del cambio social qu e su partido no efectuaría. Por eso trataba de mantener las charlas, habl ando de que éste no era el primer movimiento rebelde durante el siglo XX. Quiero hablarles también de Hugo Blanco, ese estudiante de medicina en Argentina que se vino en 1962 a levantar a los comuneros del valle de la Convención, de Chaupimayo, para defender sus tierras de los terratenientes que las estaban usurpando con apoyo gubernamental y del Poder Judicial, y por eso se alzó en armas con el Frente Independiente Revolucionario (FIR) enfrentándose a las fuerzas del orden y derrotándolas. Blanco no quería la toma del poder, apenas la reivindicación de los verdaderos dueños de la tierra, contaba. Algunos grupos guerr illeros urbanos empezaron a apoyarlo expropiando bancos financieros para proveerlos de dinero para armas y vituallas. Pero fue detenido y enjuiciado: lo condenaro n a muerte.

Mientras tanto, de todo el orbe enviaban corresponsales de TV, radio y periódicos para rodear la Embajada Japones a en el Perú, tomada por los “terroristas” del MRTA que no habían cortado siquiera una uña de sus rehenes. Cuba trataba de mediar, dándoles asilo a los insurgentes, pero Cartolín no pensaba en entregarse a manos de los países socialistas ya a punt o de fenecer, él sabía que esa burocracia enquistada en el poder e n autorepresentación de la clase trabajadora nada podría hacer por ellos. Estaban condenados, pero deberían resistir, como lo hizo Salvador Allende en el Palacio de la Moneda ante el golp e de Pinochet. Era un costo carísimo, pero tendrían que arriesgarse.

Otro día les habló de Javier Heraud, el joven poeta consagrado por el Premio al Poeta Joven, que vino al olvidado departamento de Madre de Dios desde Bolivia luego de prepararse en La Habana para tratar de liberar a su país. Un puñado de jóvenes aventureros fu eron asesinados sin  ningún remilgo con balas dum dum. Algunos sobrevivieron para hundirse en la frustración. Mas por trata rse de un poeta de apellido rimbombante y proveniente de un colegio privilegiado limeño como el Markhan y de la respetada Universidad Católica del Perú, las repercusiones de su asesin ato –había izado una bandera blanca para rendirse cuando lo acribi llaron— trasuntaron por muchos ámbitos y la prensa no pudo ocultar el hecho. Al otro poeta, Edgardo Tello, muerto en combate en 1965, solo lo recordarían en su universidad, San Marcos, donde un grupo literario bautizó a su revista con el nombre de su poemario: Estación reunida, el cual fue presentado en 1968 por el liberado jefe del Ejército de Liberación Nacional, Héc tor Béjar, en un repleto auditorio de la Universidad Católica ubicado en la plaza Francia. Luego vino el olvido.

Cada día se hacía más enrevesado el desenlace. Carto lín denunció haber escuchado unos ruidos de cómo que estaban abri endo túneles para entrar mientras fingían estar negociando con ell os. Le aseguraron estaba padeciendo un estado paranoico de persecución. Él no quiso contradecirlos, debería dar entusiasmo a sus homb res, cansados de no entrar en la acción para la que habían sido preparados. Los hacía jugar fulbito, entretenerse. Sabía que iban a llegar y que no dejarían títere con cabeza. Pero la idea de alcanzar el ejemplo del Che, que no mató a nadie si no era en combate, lo seguía seduciendo. Espe raba que todo terminara en paz, con una entrega de los retenidos y una salida de su gente al exterior. Los largos meses de sacrificio valían la pena. El mundo entendería que se podía hacer la revolución sin recurrir a torturas ni a extremos insensatos. Incluso, destacados psicoanalistas de izquierda daban la razón a las especulaciones: se trataba de apenas suposiciones, producto del encierro y del acoso, ese escu char ruidos de excavaciones. ¡Cuánto estarían cobrando por su diagnóstico!

Él les contó a sus discípulos cómo Luís de la Puente Uceda , Guillermo Lobatón y Máximo Veland o en 1965 desarrollaron las guerrillas del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) con intención liberadora con apenas unos cuantos hombres que pensaban conquistar a la masa indígena para la lucha armada; cómo se habían reunido en la sureña ciudad de Palpa para organizar las, y después se largaron a la sierra y selva para llevarlas a cabo, para hacer la guerra popular. En el norte tenían a Gonzalo Fernánd ez Gasco para entrar en acción. Y así en t odo el país. Gente que había ido a Viet Nam y a Corea para entrenarse. Pero cayeron por incau tos, ni siquiera hababan el quechua, ni el ashaninka . Los destrozaron. A Lobatón y a Velando los aventaron de un helicóptero. A De la Puente lo enterraron en un lugar ignoto. Héctor Béjar fue capturado como líder del Ejército de Liberación Nacional (ELN) levant ado en las sierras de Andamarca, en Ayacucho, donde murió el poeta Edgardo Tello que daría nombre a un movimiento poético sanmarquino, Estación Reu nida, en homenaje a un libro que dejara inédito y que jamás han vue lto a rememorar sus prosélitos. Les hace recordar que los aviones Canber ra de aquel entonces lanzaban comunicados redactados en quechua para los campesinos analfabetos a los que iban a bombardear con bombas napalm.

Ojo avizor 2

A los pocos años, la revista Facetas, publicada por el Servicio de Información USA, que me entregaran Julio Ortega y Cecilia Bustamante, cuando fui a entrevistar a esta última por haber compartido el Premio Nacional de Poesía José Santos Chocano con el poeta Reynaldo Naranjo, y ambos como esposos trabajaban en la Embajada Norteameri cana en el Perú, recomendaba a través de connotados científicos sociales que los cambios en Latinoamérica deberían asumirse de una de estas dos maneras: como en la Indonesia de Sukarno, aplicando la “Noche de los Cuchillos Largos”, donde de exterminó a 50 mil comunistas; o empujando a que los militares nacionalistas asumieran las banderas de la izquierda y las truncaran.

Juan Velasco Alvarado dio un golpe de Estado el 3 de octubre de 1968 y asumió las banderas de la nacionalización del petróleo, de algunas minas estadounidenses, dio la ley de la comunidad industrial, la de  reforma agraria, una nueva ley de educación y muchas otras reformas más, bajo un Plan Inca redactado por el ex a prista Carlos Delgado. Hasta el afamado escritor Mario Vargas Llosa dio su aval a las primeras reformas, salvo cuando se expropiaron los diarios voceros de la oligarquía. Por la radio y TV se pasaba un himno que rezaba: “ Con Velasco el Perú…”. Se armaron centrales sindicales paral elas a las legales, pese a que el Partido Comunista Peruano  y  las consideradas organizaciones aláteres dieran su apoyo al “gobierno revolucionario”.

Para muchos era un gobierno revolucionario; para otros apenas la formación de un Estado corporativista. Para la oligarquía y los militares de la derecha, se trataba del ogro comunista vestido de uniforme de parada. El Sistema Nacional de Movilización Social (Sinamos), hablaba de un gobierno ni capitalista ni comunista; se conformaban con definirlo por la negación.

Sendos movimientos similares se produjeron en Bolivia, con el general del Ejército Juan José Torres –a quien derrocaron en un santiamén— y en Panamá, donde otro general,  José Torrijos, asumiera el poder por un tiempo más prolongado. Éste con Velasco pasaron a liderar el Movimiento de los No Alineados (otra vez la definición por negación). A Velasco primero le amputaron una pierna, oficialmente a causa de un aneurisma, y según las bolas por un disparo de un francotirador apostado en la Vía Expresa que conduce de Lima a Barranco, pasando por Miraflores, donde residía el Presidente. El golpista fue su brazo derecho, el general Francisco Morales Bermúdez, el mismo que ya antes había traicionado al presidente Francisco Belaunde al participar en el golpe del 3 de octubre de 1968 por la pérdida de la página once del contrato con la Internacional Petroleum Company que lo defenestrara. Velasco murió al año siguiente de que fuera apartado del poder y tuvo un multitudinario entierro acompañado por el pueblo que creyó en él, los campesinos a los que prometió no comerían ya jamás de su pobreza; los obreros que empezaron a participar de las utilidades de las empresas para las que trabajaban y que ocuparon uno o dos asientos en el directorio de la misma, participando de su gestión; a aquellos que empezaron a ser dueños de sus centros laborales gracias a la propiedad social y a la autogestión, asumiendo en algunos casos la regencia de sus compañías cuando éstas se declaraban en quiebra fraudulenta; los progenitores que empezaron a tener ingerencia dentro de los colegios donde estudiaban sus hijos gracias a la Asociación de Padres de Familia; los servidores de las empresas mineras abusivas que fueron expropiadas y estatizadas; en fin, todo género de peruanos que empezaron a mirar al Perú con optimismo, hasta los izquierdopitucos, hoy llamados caviares, que se subieron al carro de los cambios sociales para tratar de convertirse en sus gerentes. Después del golpe de Tacna de Morales Bermúdez luego de una soberana borrachera, todo se empezó a desactivar, nada de lo declarado irreversible quedó. La oligarquía le pagó bien sus servicios, hasta llegar al extrem o de motejarlo como el “ Campeón de la Democracia ” 1;. Después el Perú empezó de nuevo a hundirse hasta el fondo del fango más pestilente y pútrido, donde la corrupción y la delincuencia de Estado se hicieron pan de cada día.

XX

El poder corrompe y corroe, hija, la consolaba su madre. Así ha corrompido a tu esposo y a su familia, a sus hermanos, menos a su madre. Y lastimosamente tus hijos han preferido el confort de ese poder al amor a su madre. Y todos mis nietos se han ido con el sátrapa porque saben que van a vivir como reyes hasta el fin de sus días. Muy bien lo hiciste, con eso de denunciar a la hermana que vendía por lo bajo la ropa que desde mi país de nacimiento enviaba la gente buena para ayudar a tanto pobre afectado por las lluvias de El Niño. Imagínate que hasta esa ropa usada terminaron por robarse. Ahora están metidos con los narcotraficantes, con los traficantes de armas, con lo peor de lo peor. Su pobre madre sufre lo indecible, y hasta la pudieron haber matado en la Residencia del Embajador japonés en Lima, si no fuera porque esos guerrilleros no eran tan malos como parecían. Pero, ahí está, el sátrapa se paseó orondo sobre el cadáver del hombre que perdonó la vida a su madre; pasó sobre sus restos mientras la televisión lo filmaba para todo el mundo. Tan maricón como sabemos que es, siempre ha parado escabulléndose ante el peligro más mínimo. Acaso no me has contado que se tapaba hasta la cabeza cuando aparecía un zancudito en su dormitorio y no se dormía hasta que tú misma le dabas caza. Siempre se escondía de todo y ahora quiere dárselas de macho con la gente que está tiesa, que ha estirado la pata. ¡Cómo ha cambiado tu marido hija! La política acá en el Perú corrompe a la gente y peor  a tu marido que se asesora para todo con ese Doctorcito. Imagínate que hasta al generalote Renato Hermozo le dieron su patada en  el trasero, perdona la vulgaridad, hijita, pero yo no quisiera que te metieras en política, te vas a malograr, hijita, tú que has preferido dejar todas las comodidades de vivir en Palacio de Gobierno rodeada de sirvientes para venirte a vivir con esta vieja regañona. Pero bien sabes que más sabe el Diablo por viejo que por Diablo. Escúchame por piedad, mi amor.

Pero mamita linda, le replicó la Ingeniera, si lo único que quiero es llegar al Congreso para poder decirle sus cuatro verdades a ese sinvergüenza sin que trate de meterme presa. Así tendría la inmunidad parlamentaria que le dicen y nadie me podría tocar. Ya tú viste que hasta para lo del divorcio se valió de las influencias de su Doctorcito, tan sinvergüenza y descarado como es ese capitancito al que él venera, el Chino ese idiota de mi ex marido, porque se trata de mi ex esposo, mamita, así sea padre de mis tres hijos, a los cuales les han robado hasta el cariño de su madre. Ahor a a la Kei me la quiere hacer casar con un gringo, para que tenga la doble nacionalidad, así como él se piensa amparar en la japonesa ante cualquier situación adversa que se le presente. Porque se le ha metido en la cabeza eso de la dinastía y que desde el general San Martín así debió ser el Perú, pero por suerte para el país había aparecido él, para llevarlo por la senda del progreso. ¡Pero si lo único que hace ese par de sátrapas es robar con la complicidad de los militares! Ha pervertido a todas la Fuerzas Armadas colocando en las tres armas a elementos administrativos en vez de colocar a la gente preparada para la guerra a la que le corresponde el mando. Y ahora han metido a todos los amigotes de la promoción del Doc y sacaron al que se hizo llamar, con el mayor desparpajo, el Vencedor del Cenepa. ¡Qué tal cuajo el de los tres! Hasta el Centro de Altos Estudios Militares está metido en esto, pues de allí salió el Plan Verde que creen les va a permitir perpetuarse por 35 años en el poder. Disculpa madrecita, pero me han venido a ofrecer un buen lugar para postular, y lo voy a hacer. Ya sé que a ellos no les importa un pepino eso de la impunidad y que son capaces de cometer los más atroces crímenes, ya lo demostraron descuartizando a una de las componentes de su Servicio de Inteligencia y dejando baldada a la otra. ¡No creen en nadie! Pero yo te juro, mamacita, por las cenizas de tus antepasados que tanto adoras, que no me he de pervertir. He estado en el llamado Palacio de Pizarro y no lo he hecho. No soy tan boba como crees para esta vez ceder a la tentación del poder. No me interesa nada en absoluto. Ya vez cómo se niega a reconocer judicialmente hasta la plata de todos nuestros ahorros que pusimos para el inició de su campaña antes que el doctorcito le traiga el dinero de unos “empresarios” de Medellín. ¡Empresarios! Fueron nada más y nada menos que los capos de droga de toda Colombia, como uno de los hermanos del gran cartel de Medellín ha confesado ante el tribunal de su país al ser encausado. Ven para acá, viejita linda, no te preocupes que siempre estaremos juntas. Tú eres lo único que me queda.

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